13.11.07

(Para el principio del cuento "La venganza de los muebles)


... Habían pasado ya unas cuantas semanas del hecho. Una mañana, desesperanzado por el sol que salía irremediablemente cada día, por la cafetera que cual amor o planta precisaba ser recargada cada día, por mi, harto de bañarme para estar limpio cada día y, en fin, por cada día, arremetí con una fuerza desigual a la que me enfrentaba y con mi bravura en su punto álgido contra una mesita ratona. Era mas bien una especie de mesita de noche (no puedo escribir mesa) con cuatro patas que se abren como un árbol pero para abajo desde la mitad del tallo central que termina conteniendo la parte útil del mueble, la tabla redonda donde uno podría poner sin mayores problemas un teléfono, una foto del viaje de egresados o, simplemente, cosas. En un principio le di una patada que erré. Si, tiré a pegarle una patada a la mesita y erré. Me dije que mejor, que no había necesidad de patear una mesita ni nada que se le parezca, pero, oíme, erré, algo imperdonable, es la sensación de la rabia tonta, la que te pilla, entra en vos, te arma de argumentos para cometer actos de este tipo !y se olvida de la puntería! o refuerza la mala leche, porque la destrocé. Pasaron 30 segundos entre el yerro y el final de la mesa. Le di unas cuantas patadas, esta vez acertadas y luego contra el suelo.



No pasaría de ser un simple anécdota sobre como se te suelta la cadena por un rato y le das a lo primero o segundo que se cruza (O tal vez, tal la violencia, a lo mas vulnerable) sino fuera porque a partir de ese día, cosa que me di cuenta varios meses después, ahora cuando escribo, los muebles empezaron a chocarse conmigo. Al principio creía que, cíclica al fin, la vida me había regalado unos meses de torpeza, esos que le da a los enamorados o a los apasionados como también a los tipos con cara de prepucio, habitualmente torpes al igual que cierta clase de pelados. Pero no. Pasaban los días y yo cada vez mas golpeado (mas herido, mas viejo) pensaba la puta que lo parió estoy cada vez mas desatento, me la doy con todo. Los dedos del pie fueron los mas golpeados. Un día con el meñique del derecho inflado a base de tres golpecitos seguidos reaccioné. La venganza de los muebles, tengo que llamar a casa y comprar cigarrillos, pensé. La mesita, asesinada, mutilada y arrojada a un contenedor cercano estaba siendo vengada por el resto del mobiliario del mundo mundial.

Confieso en voz baja que los muebles me fueron acostumbrando, pequeños golpes, rozaduras, traspies, choques, nunca me dieron en las rodillas o en la cara, solo me recordaban día a día que estaban ahí, acechando. Después los toques se fueron haciendo mas grandes y los machucones pedían espacio a la piel normal en todo el cuerpo. Destrocé y quemé varios muebles mas, vi arder y desarmarse maderas de todo tipo, incluso muebles de plástico, los mas duros. La última quema fue fatal y acá estoy, encerrado en un obsesivo chaleco que no me deja mover las manos. O las manos si, mas bien lo que no me deja mover son los brazos. Si me levanto pierdo el equilibrio, me caigo. Necesito un segundo mas de pie para acomodarme, pero me caigo. El segundo que te dan los brazos cuando los tenés sueltos y te equilibras. Y te quedas de pie. Después de que comenté esta teoría y estos sucesos de manera desafortunada, me fueron viendo varias personas incluyendo un vendedor de estampitas muy familiarizado con el tema ovnis y un farmacéutico. Luego me quedé dormido y me desperté, acá, en ese orden.

Mañana descansaré en un mueble, igualito a los que hoy me frenan, me desatan la ira y se vengan de mi. Mañana el cajón podrá contener todo lo que hoy se suelta.

Por eso, el día que me muera, yo quiero mi cajón pintado azul y oro como mi corazón.

(“Acá debería empezar el cuento” dijo alguien que pasaba por la ventana del tercer piso)

1 comentario:

J.B.M. dijo...

Decididamente encaré a los vecinos con toda seriedad, a ver qué pasa con sus conexiones, viejo, que le debo un comentario impostergable a un gomía y no hay manera de cachetear ni un poquito de red. Parece que dio resultado, acá estoy. Los textos me gustan, me divierten. Les encuentro un humor muy característico, algo familiar. Desde cierta ópitca podría tener algún parentezco con lo que quiso Arribúa, aquellas pequeñas obritas que con el pibe llamábamos "disparates geniales". Me gusta además saber que uno de nosotros dió el primer paso, el más dificil. Ahora sólo queda ir dando otro, y otro... Adelante. Todavía estamos a tiempo de formar parte de una generación SOLAMENTE tardía, salvemosla entonces de la esterilidad. Y de la locura. Y del alcoholismo. Y de la música de Juanes. Pero ¿de qué estoy hablando?